
La inocente visita a una playa de Málaga, se transformó en una experiencia muy interesante.
Al llegar nos recibió un viento desapacible, que auguraba una estancia muy breve e incómoda.
Sin embargo una vez «dentro» el viento parecía esquivarme o «haberme perdonado la vida» tocándome sin llegar a incomodar.

El siguiente desafío lo presentó el agua. Fría. Desapacible. Desordenada. Olas permanentes.
Inquieta, «rabiosa».
Parecía decir: «entra si eres valiente». Y realmente eran pocos los valientes.
Las personas permanecían en la orilla como podían, resistiendo al calor y el viento.
Enseguida comprendí que había un aprendizaje detrás de tanto malestar. Como siempre pasa.
Y decidí aceptar el juego. Entré como pude. Aguantando el frío, las olas. Y me metí completamente en la experiencia.

Y así lo hice, me sumergí, tragué un poco de agua, me llevé algún que otro revolcón. Tuve un poco de miedo. Me sentí algo perdida y muy vulnerable.
Recordé que me había sentido así muchas veces en mi vida…

Hasta que decidí dejar de luchar «contra la corriente» y me entregué: «es cierto, tu mandas, este es tu terreno, te respeto y te honro»…
Me salvó conectar con la humildad y la pequeñez de mi humanidad, frente al poderío inconmensurable de la naturaleza.
Como siempre pasa la humildad es la que nos coloca inmediatamente en nuestro sitio y la aleja al ego, aunque sea momentáneamente.
«Por favor, llévate lo que ya no me sirve. Llévate el miedo, llévate el dolor, llévate las preocupaciones…» Pedí para mí. Imaginé que si yo se lo permitía, la sabiduría del agua «me iba a limpiar»..
Y ahí fue cuando empecé a disfrutar. A reírme cómo una niña, a maravillarme con el reflejo del sol en el agua, a zambullirme en las olas, a jugar con ella, a hacer equipo…
Cuando decidí salir, (perdí la noción del tiempo) ya veía a la playa como a la gran maestra, que ofrecía gratuitamente la oportunidad para superarme.

Comprendí su medicina. Imponente.
Sabia como todo en la naturaleza.
Salí renovada de ese viaje. Más liviana. Más feliz. Todo tenía otro color …escuchaba las risas de los niños más cercanas, me deleitaba mirando las gaviotas…
Sin dudas, era una mejor versión de la que empecé quejándome del viento y del frío del agua…por cierto.. ¿te hablé del viento? Ya no estaba. Había cumplido su misión.
Sé valiente. Sostén el malestar. Fluye con humildad. Sé agradecido. Sigue aprendiendo hasta el último suspiro.


























